En estos días Margo Glantz, escritora y académica de 90 años, tuiteó: “Según las estadísticas, he vivido 25 de años de sobreexistencia”. Me puso a pensar que, en el contexto de la pandemia, está a la alza la conciencia de recibir horas extras, como esa mañana en la que te sientes perfectamente y te rebasa la contentura, luego de estar al borde de la hecatombe porque llevabas 24 horas con tosecita. Es como recibir en tu plato, que ya palidecía, otra ración de churrumais con valentina.
Hasta hoy, tú y yo somos beneficiarios de la sobrevida. No morimos por la aventura amorosa con quien (sin que lo supiéramos) es pareja de La Implacable o El Satanás ni por huir de la patrulla al advertir que olvidamos la verificación. Lo sabemos allá, al fondo de la mente, pero el ecosistema de la emergencia sanitaria nos hace más sensibles al hecho de que quien lo merecía menos que nosotros ha muerto de Covid. Unos eran más guapos. Otros, más jóvenes o virtuosos. O dormían menos siesta. El hecho de seguir en este barrio es un golpe de suerte, aunque a veces parezca más literal lo de golpe.
Supongo que debo pedir disculpas por mi asqueroso optimismo pero sí, estoy convencida de que vale la pena permanecer en este código postal y que una opción ante los días actuales es valorar todo desde cero, como si el cronómetro arrancara de nuevo. Inventariar otra vez el paisaje de las cosas. El poeta peruano César Vallejo escribió esto, para que yo pudiera citarlo: “Hoy es la primera vez que me doy cuenta de la presencia de la vida […] Nunca, sino ahora, ha habido vida. Nunca, sino ahora, han pasado gentes. Nunca, sino ahora, ha habido casas y avenidas, aire y horizonte”. Eso. En esa misma línea me propongo ir a contracorriente de lamentos y mentadas diarias por la cuarentena. Por supuesto que me intranquilan el miedo, el aislamiento, la crisis económica, las muertes cercanas, pero también es verdad que la existencia encuentra salidas y se impone. Que va a seguir adelante.
A propósito: suelo pensar en vida como sucedáneo de embarazo: los tengo o no. Cien o cero. Igual que es imposible declararme ligeramente viva, tampoco existe la gestación a medias, ¿no? No. En el fondo no es cierto. Se puede existir en voz baja o jalar el aire a tarascadas. Elisewin, personaje de Océano mar, novela de Alessandro Baricco, está enferma y lo ve muy claro: “Yo la vida la deseo, haría cualquier cosa para poder tenerla, toda la que haya, tanta hasta enloquecer… esa vida no quiero perdérmela… aunque me hiciera un daño insoportable lo que deseo es vivir”. En estos días críticos decido que quiero tener toda la vida que haya, no desde la culpa hacia quienes ya se fueron, el conformismo o una docilidad hamacada, sino al contrario. Me asumo vulnerable como lo hace un bisonte que no pide perdón ni permiso, bufa y se planta a hacer lo que le toca con absoluta conciencia de presente. Voy a sonrisarme todo lo que pueda mientras role por aquí. Joaquín Sabina lo dice lúcidamente en una canción: “Que nada es urgente, que todo es presente, que hay pan para hoy”. Supongo que también lo piensa Margo Glantz.