VeinteVeinte con La Musa
Fragmentos de un Diario Pandémico
Ernesto Flores Vega
Se muere con demasiada facilidad. Morir debería ser mucho más difícil.
Elías Canetti, El libro de los muertos
A Diego y a Jimena
Podé mi diario de pandemia hasta reducirlo a lo esencial. Algunos de los míos aparecen con nombres propios, otros con iniciales. La Musa vuela por doquier. Aquí hay música y músicos. Unos mueren, otros sanan. La vida sigue.
Jueves 19 de marzo
“Lo que no te mata, te hace más fuerte”. Así me lo inculcó alguien que me infectó la mente desde la prepa. Agradezco a los trabajadores de la salud que batallan sin tregua. La civilización se demuestra -parafraseo aquí a una insigne antropóloga- cuando un hombre logra sanar a otro.
Martes 24 de marzo
Uno de los hijos de Yoli, que vive en Barcelona, tiene COVID-19; todos sus roomies también. Lo mismo Sarah Jane, la compañera de Memo, en Austin. La esposa de Fer está hospitalizada en Puebla. Patty voló a Buenos Aires, su ciudad natal; dice que aquí, en la capital mexicana, el impacto de la pandemia “será terrible”. Carmen Lilia está en la CDMX, pero quiere regresar de inmediato a Cancún. Cada vez me precio de conocer mejor los rincones de mi casa. Toñito me envía un risible video conspiracionista.
Hoy hice la primera transferencia para Rocío, a quien le pedí que dejara de venir a hacer la limpieza mientras dure la contingencia. No necesitaré camisas bien planchadas en las próximas semanas.
Alguien me pregunta qué es lo primero que haré cuando pase esto. Correré por Diego y Jime, mis hijos, y Grootie, su perro; iremos a nuestro parque favorito. Les invitaré un helado en “Roxy”. Algo así de ambicioso, feliz y profundo.
Viernes 27 de marzo
No ha querido visitarme La Musa. Dice: estoy preocupada, me abruma el caudal informativo sobre el coronavirus; me da miedo tocar manijas, perillas, botones de ascensores. Le digo que no ardo en fiebre, ni tengo tos, ni me duelen los músculos, ni he perdido el gusto ni el olfato. No es por ti –afirma-, pero no me siento segura allá afuera, tengo miedo. Tendré que arreglármelas sin ella. Imaginarme lo que lograríamos redactar si estuviera aquí, escribiendo conmigo, a cuatro manos.
Jueves 2 de abril
Recibo mensajes de milenaristas, conspiracionistas, amorosos, espirituales, evolucionados y simples desmadrosos. Ya ni pena ajena siento por aquellos que, pudiendo ser líderes en momentos decisivos, enseñan el cobre y peores metales.
Trabajo en casa, porque puedo hacerlo, pero no dejo de pensar en los que están obligados a salir a las calles para ganarse el pan.
Nada ni nadie me librará mañana viernes de anudarme el mandil a la cintura, empuñar el trapeador y limpiar mi madriguera, que ya se ve post apocalíptica.
Hoy me perdí la conferencia de Hugo López-Gatell; luego me pongo al corriente. Mantengo la esperanza de que logremos abatir la curva de contagios. También espero que el fin de semana se anuncien apoyos del gobierno a la micro, pequeña y mediana empresa.
Sábado 4 de abril
Calculo que tenía ocho años cuando en el coro del Colegio Cristóbal Colón, en la primaria, cantábamos “Rosas en el mar”, de Luis Eduardo Aute. Me expulsaron por tirar del pelo a un compañero más grande que me hizo trampa en las canicas. Allí se malogró mi carrera musical. El mundo se perdió de otro Leonard Cohen. Uno era suficiente. Descanse en paz, Aute.
Martes 7 de abril
Más que flexible, soy adaptable. Supongo que no es darwinismo instintivo, sino algo en lo que, tal vez sin proponérselo, me adiestraron mis padres desde temprana edad. Oscilo entre la introspección y la extroversión. No soy de multitudes, salvo que sean sudorosas y hagan headbanging y air guitar. Me desenvuelvo mucho mejor en un encuentro tête à tête, o de plano con mi conciencia. Así que esto del confinamiento no me causa nuevos dolores de cabeza. El hogar oficina se me da bien, me permite oír cuando se me antoja la música que me gusta, y ya finalizada la jornada laboral me da la oportunidad de no desperdiciar demasiado tiempo al trasladarme a casa. No me enderezará la contingencia; una vez que acabe, seguiré siendo un ávido gambusino de epifanías.
Miércoles 8 de abril
Me formo, con sana distancia, en las filas de los que no están listos para despedirse. Anoto mi nombre en el registro de los que a cada rato tienen miedo. Me asomo en el relato distópico del que teme por su vida tan solo por haberse atrevido a empujar un carrito por los pasillos del supermercado. Me propongo alcanzar al 7 de mayo –día de mi cumpleaños- y desde ahí dictar una mini ficción de sobrevivencia. Me inscribo en el padrón de los que trabajan desde casa y anhelan los días en que todas las curvas se aplanen y decaigan los contagios y las muertes. Lo bueno es que de la cama a la oficina solo me distancian unos pasos. Le doy mi nombre a la hostess, tengo una reservación para mi almohada.
Sábado 11 de abril
Despierto y confirmo que nada me duele. Apenas forcejeo unos instantes con mi cuerpo antes de que obedezca y se levante. Toda mi vida previa amanecí dando como un hecho mi salud. Así como despertaría con el sol allá afuera, así vería el nuevo día: sano, sin dolor, sin sufrimiento. No oculto que trato de hacer los días llevaderos. Que me valgo de la tecnología disponible para estar más cerca, al menos en voz y en imagen, de los que me importan. Nada sustituye al abrazo, la caricia y el beso. Tendremos que saldar esas cuentas cuando todo esto pase.
Me entristecen las noticias e imágenes de metrópolis que quiero, por las que he caminado y en las que me he creído ciudadano de ellas. Viajero móvil o inmóvil, me atrevo a parafrasear a los neo trovadores con algo más que anhelo: yo pisaré las calles nuevamente de lo que fue Madrid confinada. Y las de mi amada, inabarcable, multifacética, conflictiva e imbatible Ciudad de México.
Domingo 12 de abril
Mañana regreso a la oficina (o sea, al cuarto de al lado). Aprecio no tener que lidiar con automovilistas feroces y apresurados. Hay un cruce muy cerca de casa que todas las mañanas demanda mi actitud más zen. Casi todos los días suceden allí siniestros, como le llaman las aseguradoras. Es una prueba de fuego cotidiana. Ahora me la ahorro.
Domingo 19 de abril
No sé si habrá una mejor humanidad a la vuelta de la esquina. No tengo elementos para saber si estamos en el amanecer del hombre y la mujer nuevos. Yo mejoro día con día en actividades esenciales: lavar frutas, verduras, platos y cubiertos. Me siento iluminado.
Sábado 9 de mayo
Época extraña en la que hemos tenido que modificar nuestra forma de vida. La recordaremos si tenemos la fortuna de sobrevivirla. Los jóvenes parecen andar por la vida con tranquilidad; si caen, tienen más posibilidades de levantarse en unos días. Otros debemos operar en modo cautela. Resguardarnos. Valorar lo bueno y lo nuevo que puede haber en el espacio interior. Mirar hacia adentro. Averiguar de qué se trata la vida si se despliega en el ámbito íntimo. Una odisea en el comedor. Un viaje astral en el sillón favorito.
Me entiendo con mi soledad. Hace unos días escuché “Love is everywhere” con Pharoah Sanders y su sencillez me conmovió. No escribí una sola palabra en mi diario. La música me había saciado.
Miércoles 13 de mayo
No me urge salir, pero lo deseo. No imploro el retorno a la controvertida “normalidad”, pero acumulo entusiasmo por ir al cine y a comer con una mujer que me atrae. La contingencia sanitaria también es un severo impasse para involucrarse como la piel y el alma mandan. Lo digital es sucedáneo. Lo virtual es simulación, representación, puesta en escena, pero no la realidad real.
En el departamento de al lado vive un bebé que berrea todas las noches. ¡Vaya que tiene fuertes y sanos pulmones! Siento compasión por él. A veces me digo que no me dejará dormir, pero lo siguiente que sé es que apago la alarma del teléfono y le hurto otros minutos de sueño a la mañana.
Viernes 15 de mayo
Todos los días son iguales, pero algunos son más iguales que otros. Un guiño a Orwell. El humor nos salva. Trato de reír, pero jamás pierdo de vista que hay personas y familias que sufren. Soy consciente de las muertes solitarias. Tengo presentes a los que pierden a un abuelo, una madre, un hermano, un amigo. Ya se nos fueron cantantes y escritores.
Nada volverá a ser igual, dicen los sabios instantáneos. Yo arriesgo que habrá vida y besos más allá del cubrebocas. Los novios seguirán tomándose de la mano en la oscuridad de los cines. Volverán a transitarse las vías rápidas-lentas. Lo que el mundo necesita ahora es amor, dulce amor. Mejor citar a Burt Bacharach que a Slavoj Zizek.
Ya empezó a llorar mi vecino el bebé. Tal vez anuncia un nuevo mundo. Le envío mis deseos de alivio y serenidad. A la rrorro nene, a la rrorro ya.
Lunes 25 de mayo
Aldo, mi amigo el doctor, melómano como yo, que lucha todos los días en el primer frente de batalla. Anoche confesó estar “en medio de una gran incertidumbre”. Mi amiga que ayer domingo perdió a tres seres queridos. El que murió en soledad. El que no pudo despedirse. Los que recomiendan una y otra vez “sigamos cuidándonos”. Los que apenas y salen de casa. Los que cantan, bailan y actúan en TikTok. Los que disertan en reuniones virtuales con colegas artistas. Los que publican listas en redes sociales de grabaciones, películas y libros que los han marcado. Los que extreman cuidados con sus padres, adultos mayores. La que planea la fiesta virtual de cumpleaños para su hija. Los que conjugan muy bien los verbos sanitizar (¡horror!) y desinfectar. Los que afirman que no habrá una literatura de la pandemia. Los que enriquecen, aún más, a Jeff Bezos. Los que hacen el amor de manera virtual. Los que saben muy bien que cualquiera puede ser el último día. Los que aseguran que el gobierno de AMLO ha hecho una buena labor ante la emergencia sanitaria. Los que señalan la irresponsabilidad y el mal ejemplo del presidente. Las que suspiran por López-Gatell. Los que tuvieron que despedir empleados. Los que fueron despedidos. El que reparte comida. El que hace el súper por los que no desean salir. Los que tienen que dejar la casa todas las mañanas para ir a trabajar. El que admira la resiliencia de sus hijos. La madre multitask que hace hogar y oficina. El bebé que sigue en llanto intermitente. Los poetas obstinados que no cesan de escribir.
Martes 26 de mayo
Jime, mi hija, me envía un wasap: “¿Viste lo de George Floyd?” Ese testimonio ciudadano me provocó uno de los mayores malestares que haya padecido al ver imágenes en movimiento. Repulsión. Impotencia. Enojo. Turbación. Me acompañará por siempre. Deseo que jamás se disuelva en mí la indignación ante el abuso y la crueldad.
El 2020 ya estaba inscrito en la historia mundial por su pandemia y su impacto global sin precedentes. Ahora atestiguamos las mayores protestas civiles en los EUA desde el asesinato de Martin Luther King Jr. Es un peligro el discurso polarizador de algunos mandatarios. Rechazo todo discurso de odio. Alguien canta en una suerte de himno que suele moverme al llanto: “El hombre está muerto/ El hombre está muerto/ Cuando trato de dormir de noche/ Solo puedo soñar en rojo/ Allá afuera el mundo es negro y blanco/ con un solo color muerto.”
Sábado 6 de junio
La Musa guarda sana distancia. Me permite admirarla. Sabe lo mucho que me gusta verla de pie, desplazarse de aquí para allá. Se fue con rapidez la semana, dice. Mi percepción es similar. Apenas ayer era lunes. Seguimos en semáforo rojo, reitera. Aún no alcanzamos el pico. Por supuesto que esta chingadera no estaba domada. Mentirosos. No quiero ser uno más de los números de los doctores Alomía y López-Gatell. Murió por alimentarse mal. También por abrazarme con otros, repondré. Por salir a comer a fondas. Por confiar en demasía en mi escudo protector que, a la hora de la hora, valió para pura madre. ¡Detente!…mis huevos.
Sábado 20 de junio
Ser un viejo de 79 años, vulnerable a virus que no distinguen nacionalidad, edad, ni clase social. Memorioso. Haber cruzado el Rubicón una y otra vez. Componer otra obra maestra, Rough and Rowdy Ways, a la edad en la que algunos mueren solos, en silencio, abandonados. Narrar la decadencia moral de una nación en apenas 16 minutos con 56 segundos. Ser Bob Dylan, inmortal.
Viernes 26 de junio
Nueva York
todos los muertos de Nueva York
todos los muertos de la Ciudad de México
los de Madrid, Wuhan, São Paulo,
París
todos los muertos del mundo
George Floyd
y todas las vidas
negras
asfixiadas
las muertes indígenas
las muertes niñas
los ancianos muertos
todas las muertes
que he vivido
en marzo, abril, mayo
y junio
del año 2020
y las que me faltan
todas las muertes
de las que espero aprender
para seguir haciendo
lo único que sé hacer:
Vivir.
Miércoles 14 de julio
No sana todo, pero es formidable compañera. La música me ha permitido transitar mejor por estos meses inciertos. No puedo maldecir a la abeja que le picó a Grootie, este perro ama a mis hijos y es bien correspondido. Ahora sé que las pandemias me ponen más sensible que lo habitual. El hombre duro derrama lágrimas. El memorioso recuerda. El hipertenso ingiere sus medicamentos todos los días; se comporta, no quiere ser reprendido. Tampoco desea ser parte oscura de la estadística. Solo el tiempo dirá lo perdurable que quede por escrito tras la adversidad. Si muero, lo hago satisfecho; pero no deseo morir. No aún. Esta noche, aquí, también oigo música.
Miércoles 29 de julio
No me asomo a la ventana. No salgo al balcón. No elevo la voz, ni canto, ni toco un instrumento musical. Desde mi escritorio anoto dos sílabas: gracias.
Viernes 14 de agosto
Noticias a deshoras no suelen ser buenas. Me despierta la mala nueva de que mi primo Raúl ha muerto de un infarto. Apenas el martes me enteré del deceso por COVID-19 de José Emilio, uno de mis vecinos en la infancia y compadre de mi hermano Mau. Nada elocuente puede decirse de la muerte. Siempre es una sinrazón, aunque tratemos de asimilarla desde nuestras particulares creencias. Cada quien ora a su manera y honra sus afectos.
Miércoles 26 de agosto
Gaby me recomendó comprar un oxímetro y un termómetro. Jamás quise ser de esos inmortales que pasaron a mejor vida a los 28 años. Mejor vivo que célebre. Mejor anónimo que convertido en polvo a muy temprana edad.
Jueves 27 de agosto
Escribo minúsculas historias de amor amor en la pandemia. Acerca de los que se bajaron el cubrebocas hasta el cuello y se arriesgaron al beso. De los que se reconocieron en el día a día y una noche recordaron por qué, hace ya muchos años, decidieron apostar a la convivencia. Detengo la mirada en el hombre que se separó de su mujer y ama a sus hijos. Me dicen voyeur porque veo a escondidas a dos que se desnudan en Zoom y antes de 40 minutos clavan sus banderas en la punta del Everest. Aquella atiende a su marido enfermo, quien después de días infernales resucita. Éste se despide de su amor, su vida, su cielo; la lleva a un hospital hacinado. A cambio de su esperanza sólo recibe cenizas. La mujer que no (como la de Ibargüengoitia) me dice por fin que sí, pero ni ella ni yo salimos de casa. Recuerdo a mamá cuando observo la compañía de esa mujer (madre, abuela): respalda a su hija que busca aprehender el mundo -al menos los rostros de su maestra y sus compañeras- a través del monitor de la computadora. La enfermera adora a su esposo y no quiere contagiarlo. Alice, la mamá primeriza, ya recibió a su niña; luchó un par de semanas en una incubadora. El matrimonio que hoy cumple 34 años de casados, reza. La sanadora quiere sanarse, liberarse de una larga relación mal avenida. Mi vecino el bebé llora. Es demasiado joven para saber que estamos sobreviviendo.
Martes 8 de septiembre
Escribo sobre el presente porque deseo recordarlo en el futuro. Afirma el polemista que todo esto es un ensayo de los males que se avecinan, el entrenamiento frente a la crisis ambiental que ya comenzó y aún no sabemos si seremos capaces de revertir. Apuesto a que no soy el único que escribe un diario de pandemia.
Lunes 21 de septiembre
Anoche soñé que tocaba tan bien la guitarra como Jimmy Page, pero no lo escribí al despertar. Ya veremos en quién me transformo esta noche. Sigo en la lista de los supervivientes. Acaso se me reconoce la vocación de gozar al máximo cada instante como si fuera el último.
Martes 6 de octubre
Ha muerto Eddie Van Halen, uno de mis ídolos de la adolescencia y uno de los mejores guitarristas de la historia. Un innovador. Descanse en paz. Y que chingue a su madre el cáncer.
Viernes 16 de octubre
Espero la vacuna, pero no incubo la ilusión de ser mejor persona a la vuelta de los días tan solo por permanecer confinado y evitar el contagio por un virus amenazante. Laura lucha contra el cáncer. Lizzie también. Lily se arrepiente de su voto. Laura lucha día con día por enderezar su negocio. G. guarda silencio. Lou toma fotografías y hace arte. Charlie canta. Diego disfruta el mar. Gaby vela por sus hijos. Jime toma clases en línea. Diego aprende a cocinar. L. espera la llegada de su primer nieta. G. defiende y aplaude al gobierno, aunque haya perdido su empleo y pida dinero prestado. Julia perdió a su madre. Mariana se recupera de COVID-19. Juan arranca los pétalos de su año sabático. Lety desea terminar de escribir su plaquette. Toñito compone más canciones con aroma a bossa nova. Memo y Javo comercian materiales reciclados. ¿Y yo? Ambiciono muy poco. Me basta con escribir que ella existe y a la vuelta de los días, cuando tengamos una vacuna efectiva, haya quedado atrás el peligro y recordemos a todos los que se han ido, tendré constancia de que me ha redimido con su su palabra, su caricia y su buen humor.
Lunes 19 de octubre
Que no me fallen las cuentas ni la memoria. El año que murió papá nació Jime, mi hija. No pude tener mejor lección acerca de los ciclos de la vida. Y en este 2020 que difícilmente olvidaré mientras viva, llega una nueva vida, muy esperada. Una mujer que desde ya ejerce el derecho a la vida. Estoy muy sensible. Me conmuevo mucho en medio de las circunstancias. Lloro con facilidad. Los hombres sí lloran. Chillón.
Miércoles 21 de octubre
Yo también me pregunto a dónde se va la magia, el genio y el talento cuando un artista se ve impedido a hacer lo que sabe. Me gustaría ir allí, hallar todo y recuperarlo. Me encantaría que Keith Jarrett se sobrepusiera a sus limitaciones actuales. Antes de que me venza el sueño, saco el CD de la caja, lo coloco en el reproductor y oprimo play. Es uno de los conciertos de piano más vendidos de la historia. Tal vez Jarrett no pueda volver a tocar, en público o en privado, tras sufrir dos infartos. Lola llora por su perrita, le picó una araña. Yo solo bailo tap a oscuras y en soledad. Keith Jarrett está en la casa.
Jueves 29 de octubre
Dirijo mis deseos y mi energía reconcentrada hacia los que libran batallas contra el virus. Redacto misivas de amor a la vida. Un torrente de sangre galopa jubiloso por mis venas. Sí, ya sé que alguien, antes, lo escribió con mejores palabras. Todo está escrito y todo por escribirse. Este bandoneón de los pulmones, tango esperanzado más que nostálgico.
Viernes 30 de octubre
Lamento el deceso de Eva por un tumor cerebral. Muchas las pérdidas a mi alrededor. Quizás están en lo cierto los que afirman que pasamos por un filoso periodo de cambio. Juego con mis hijos; a veces gano, a veces pierdo. Jime cantó canciones que me reveló papá; pasamos con éxito la estafeta. Diego no permitirá que su mamá le vuelva a cortar al pelo, aunque lo haga con más amor que estilo.
Sanar a los enfermos. Resucitar a los muertos. Por eso es poderoso el relato ancestral del hombre que fue capaz de hacerlo. Hasta luego, Eva. Ya nos encontraremos.
Jueves 5 de noviembre
Todas las novelas, muchas de ellas por siempre inéditas, que podrían llevar por nombre 2020. VeinteVeinte, así se llama la mía, que no sé si lograré hacer pasar por novela corta. Es de amor en medio de la adversidad. Acerca de dos que conversan, ríen, usan cubrebocas, se palpan, sobrevivirán en el papel y serán leídos por otros, que jamás olvidarán el VeinteVeinte. Dos que se hacen uno.
Miércoles 25 de noviembre
Sé muy poco con absoluta certeza, pero suponer no me incrimina, así que aventuro que en la nueva normalidad hombres y mujeres seguirán en busca de amor. Es la droga, cantaba Bryan Ferry. Como el oxígeno, afirmaba The Sweet. Está en el aire, aseguraba John Paul Young. Yo no nací para amar, nadie nació para mí, se lamentaba JuanGa. Amor es todo lo que necesitamos. Cumplo con mis ejercicios nocturnos de redacción y dejo aquí obviedades. Dolor de cabeza. Analgésico. Pregunta. Respuesta. Enigma. Revelación. Virus. Vacuna.
Viernes 27 de noviembre
Avisoro un diciembre de confinamiento. He tratado de vivir sin miedo, pero con precaución. Ya sé que todos vamos a morir, pero yo aún no deseo hacerlo. Me gustaría llegar a los 100 años, pero lúcido y valiéndome por mí mismo. Si no, prefiero pasar a retirarme. Todos los días despierto con la conciencia de que puede ser el último, y hago lo más posible de lo que me place. A veces hasta me atrevo a confesar que La Musa es una rotunda y pueril invención que esconde algunas de mis nostalgias y demasiados de mis anhelos. Luego llegan días en los que ella toca a la puerta y no me queda de otra que invitarla a pasar y preguntarle qué se le antoja beber y escuchar. Conozco muy pocas mujeres como ella -en realidad, ninguna- con tal pasión por los vinilos.
No he sido perfecto. He abusado de mi cuerpo, pero nunca como Diego Armando. Tampoco fui campeón en México 86. Mi muerte, ya lo sé, no provocará tumultos. Y lo mejor de todo es que eso me tiene muy tranquilo. Hay quienes poseemos un sentido de identidad que nos permite dormir en paz, a profundidad y con notable actividad onírica.
Martes 1º. de diciembre
Me duele vivir en un país que ha perdido muchas vidas valiosas entre su personal médico. Héroes. Heroínas. Me propuse recordarlos por el resto de mi vida.
La idea es arrogante y pretenciosa: una poesía capaz de curar. No simbólicamente, en la realidad. Levantar de la cama a los enfermos. Permitirles respirar. Regresarles el vigor a los pulmones. No, ésa no es misión de la poesía. Es inútil, susurran al oído todos mis fantasmas.
El bully de la Casa Blanca tendrá que irse en enero. A la cárcel. Al basurero de la Historia. O a encabezar el racismo y el fascismo al otro lado del Río Bravo.
Viernes 11 de diciembre
He explorado la introspección, la meditación, la escritura, los rayos solares, los tés, la amistad, el amor, la música, el cine, la literatura, los reconfortantes lazos de sangre, la compasión, la solidaridad, la confianza, la belleza, el análisis de la realidad, la imaginación y los encuentros por Zoom, entre otros remedios, rituales, prácticas y brebajes.
La importación y distribución de vacunas que se entiende como capital político. No me desvío. Apapacho a este cuerpo que he habitado por más de medio siglo y sigue siendo el mejor hogar que he tenido.
Lunes 28 de diciembre
Aún en las peores circunstancias, solo queda vivir. Sin ensayarlo frente al espejo. De este lado los que beben sus gotas de dióxido de cloro. Del otro, los que no. Las demasiadas muertes. Los excesivos contagios. Queda la percepción de que toda una generación es borrada del mapa. Sin razón. Sin culpa. Sin juicio.
Hoy murió Armando Manzanero, pero no sus canciones.
Martes 29 de diciembre
En la lectura hallo mucho de lo que antes me daba pasearme por el mundo exterior, y algo más. Quisiera ser capaz de hablar de mi Ciudad de México como Lawrence Durrell de Alejandría. Todos los nombres, rostros, expresiones y aproximaciones a Justine y los demás. No se acaba un año cualquiera. Tampoco su impacto terminará en unas horas, ni su cauda, ni los hábitos que arraigó.
Miércoles 30 de diciembre
Recuperé -si acaso alguna vez la tuve- la buena práctica de redactar listas para ir al supermercado; taché con un bolígrafo lo que iba arrojando al carrito. Amé como un condenado a muerte. Recibí. Di. Fui recíproco. Conversé largo y tendido en videoconferencias. Añoré besos, abrazos y apretones de manos.
En algunos casos resultaron infructuosas nuestras oraciones y buenos deseos. Murieron amigos y familiares. Agradezco por todos los que sanaron y no sufrieron demasiado.
Me han tocado crisis, cracks, errores, fraudes, desastres naturales, pero nada parecido a lo que trajo el 2020. Descubrí el encanto que esconden las labores del hogar. Me quiero engañar: sigo sin hallar el nirvana en barrer y trapear.
Mis mejores viajes del año fueron internos. No quiero ser aguafiestas, pero está claro que llegar a la medianoche de este 31 de diciembre no es estar del otro lado. En el mundo fabuloso que siempre corre en paralelo a mi vida, escribo y publico una novela corta con el beneplácito del público y la crítica. La Musa sigue siendo mi mejor coach de vida y muerte pequeña. Hay recursos para la ciencia y la cultura. Regresa la seguridad a todo el territorio nacional. Lo mejor: se vuelven mayoría los que reflexionaron durante la pandemia y decidieron cambiar su estilo de vida.
Jueves 31 de diciembre
La mala: 2021 será otro año desafiante. La buena: lo recibiremos con el adiestramiento de nueve meses. Sigo creyendo en el derecho ciudadano a exigir un buen gobierno y en la responsabilidad de contribuir con lo que nos corresponde para conseguirlo. Yo no olvido al 2020. No me dejó una chiva, ni una burra negra, ni una yegua blanca, ni una buena suegra. Pero me obsequió valioso tiempo de introspección, me permitió estar conmigo, me ayudó a establecer prioridades en la vida y a entender claramente lo fundamental.
Viernes 1º. de enero
Todo eso que aún no sé cómo decir. Lo que no me he atrevido a imaginar. El ruido, las sinfonías, los extensos jams en los que aún deseo zambullirme. Las ciudades, grandes y pequeñas, que no he escudriñado. Conversaciones que esperan el momento óptimo para abrir las alas. Páginas de libros que no he resaltado, subrayado, ni manchado con anotaciones al margen. Días por vivir. Ambiciones. Ilusiones. Sueños. Proyectos. Esquemas de novelas que aguardan por ser escritas. Comidas sazonadas de charla y algarabía. Jubilosos, distendidos, encuentros amorosos. Magníficas muertes pequeñas. Lo que está como puro germen en los almacenes infinitos del futuro. Las lágrimas, pasos y logros de los hijos. Las personas que se van despidiendo. Las películas que no hemos visto. Los demagogos que ya escuchamos. La niña que un día dejará de gatear y se pondrá de pie. El amanecer de mañana. Lo mucho que ignoro. Lo que me provoca sed, hambre o deseo. Las cosas que me da por escribir un 1o. de enero de 2021 para poder decir que aún no me doy por vencido, ni me daré.